SE -: Clara, contanos de vos, ¿dónde naciste?

“Nací en España, en Asturias… “

SE -: ¿Vivías con tu familia?

“Así es. Nací en Cangas Narcea, en un palacio que fue heredado por mi madre. Ahí me tuvo. Después por cuestiones de familia y de problemas, mis padres querían emigrar a otro país. Además, como en toda familia hay problemas. Hay más vivos que otra cosa, y perdieron el lugar donde yo nací. Estuve estudiando allá en Asturias un tiempo y después me fui, porque en las aldeas, mis padres consideraban que no era nada lindo para una niña; la vida era ruda, entonces querían lo mejor para mí”.

SE -: ¿Por qué? ¿Cómo era la vida en la aldea?

“Trabajaban en el campo. Yo tengo dos hermanos más, soy la más pequeña. Mi hermana estaba en Madrid. Con sus problemas de salud también fue para Madrid, porque no le asentaba el clima. Mi hermano y yo nos quedamos en la aldea. A los cuatro años ya me tocaba hacer las cosas. Bien o mal, quemada o no quemada, me tocaba hacer la comida. A los cinco o seis años tenía que cocinar. A los cuatro hacía la cama como podía. Y así todo. Y en la escuela nos enseñaban a bordar.

Mis padres se tenían que ir a la labranza y mientras tanto yo hacía la comida. Pero eso no era lo que ellos deseaban para uno como mujer. Ya para penurias, bastante las tenían ellos. Entonces, así como otras amigas se fueron al colegio para formarse y ser alguien el día de mañana, ellos decidieron mandarme a un colegio religioso en San Sebastián. Hacia ese colegio de pupilas, partí. Así que con mis padres de panza estuve poco y nada, porque siendo muy pequeña ya partí”.

SE -: ¿Y en el colegio?

“Ahí estuve de pupila durante todo el año. No veía a mis padres, nos comunicábamos por carta como podía, o me la mandaban a escribir las hermanas. De ese colegio, el colegio San Rafael, tengo un recuerdo enorme y un agradecimiento enorme (llora, se mociona) porque ahí aprendí  los valores de la vida. Si bien era una nena chica que todavía podía jugar a la muñeca ya empecé a tener responsabilidades. Porque había un parte para el apostolado y el otro, en otra ala, eran niñas ciegas, entonces yo me tomé el trabajo en mis ratos libres de atender a las nenas chiquitas -porque yo era chiquita también-, de darles de comer, asistirlas. Cuando no tenía que estudiar me iba al otro lado y las cuidaba, les poníamos la mesa, las tratábamos bien. Pero como en todas partes hay cosas, yo finalicé mis vacaciones yéndome a mi casa, en verano. Y ahí encontré a mis padres (mis otros padres) de visita. Habían venido de la Argentina a visitar a la familia a España”.

SE -: ¿Eran familiares?

“Sí, sí, eran familiares. Yo soy Menéndez, de sangre. No tenían hijos. Y cuando me vieron le dijeron a mis padres de panza, a mi madre de panza: “Nos la queremos llevar, no puede ser que la tengas en un colegio religioso, donde será  monja”. Yo, el objetivo era seguir de monja, pero siempre tenía esa cosa de que yo vendría a Argentina. Creo que Dios y la Virgen Santa ya me tenían destinado este país maravilloso.

SE -: ¿Por qué?

“Porque desde chiquita me hablaban de la familia de Argentina. Yo tenía mi padrino acá en la Argentina. Me hablaban tanto… Entonces yo siempre decía que aunque fuera monja iba a pedir el destino para Argentina”.

SE -: ¿Para un convento en Argentina?

“No, no. El día que yo me recibiera de hermana, para ir a ayudar. Argentina como destino, a algún colegio. Por eso  yo digo, (ahora me pongo a pensar): mi destino era éste”.

SE -: ¿Y sus papás qué dijeron cuando viene su familia de corazón y ellos dicen que se la quieren llevar?

“Al principio no fue fácil para ellos, fue duro. Pero bueno, intervinieron otras familias. Primero lloré mucho para poder venir acá”.

SE -: ¿Vos querías venirte?

“Yo ya quería venir a la Argentina, antes de conocerlos ni nada yo ya quería venirme. Entonces empezaron a intervenir otros familiares: “Déjenla irse, va a estar mejor”. No querían que yo fuera religiosa. Ellos aseguraron que todos los años íbamos a viajar, me iban a traer, no me iba a faltar nada. En la aldea no iba a tener las comodidades. La otra vida que se pensaba mejor, no la iba a tener. Hoy en día sí. Porque realmente ellos están mucho mejor que lo que estamos nosotros acá. En ese momento no”.

SE -: ¿Cómo te venís?

“Intervienen familiares, intervienen monjas. Me acuerdo de una tarde las monjas contando lo que pasaba. Entonces con todo el dolor del alma me contestó la Madre Superiora  (llora, se emociona), porque me quería con el alma: me dice: “Hija, si tu destino que siempre añorabas y siempre decías que ibas a ir, no lo pienses, seguí ese camino”. Entonces lloré mucho, me costó decidirme, porque no fue fácil. Tenía diez años, pero tenía el pensamiento de una persona grande. Yo no sabía lo que era un día de Reyes allá. O lo que era un cumpleaños.

Fue la decisión más fuerte, y la despedida es algo que no me la voy a olvidar jamás. Fue en Navidad, y partimos de la casa de mis padres. Me acuerdo cuando mi mamá me bañó en un fuentón, porque no había las comodidades que hoy tengo. Era la época de una postguerra. En la aldea había mucha pobreza; todos, no había distinción de clases. Éramos todos iguales. Y bueno, ahí partimos junto con otros familiares. Estos papis tuvieron que venir acá a la Argentina, porque tenían que reclamarme. Y yo me vine también con otros familiares que también eran de acá de la Argentina que habían ido a pasear allá. En ello estuvo alguien que tengo que agradecerle, que ya no está en este mundo, es el doctor Juan Carlos Pugliese (se emociona). Un divino. Como un abuelo para mí, lo quería con toda el alma, porque si hoy estoy en esta Argentina es por mis padres y por esa persona. Les dijo que las personas que me iban a hacer los trámites, al no ser hija directa, había trabas. Entonces, leyendo los libros de los convenios con los países, pudieron traerme como una adopción. Y se  consiguió gracias a Juan Carlos Pugliese.

Desde el Puerto de Vigo, partió el 6 de enero de 1966.

Día de Reyes, nunca me voy a olvidar lo que fue ese día. Yo nunca había tenido Reyes, el regalo que a nosotros nos acostumbraban dar allá en la aldea era el día de Pascuas, era la rosca y algún presente las madrinas, nada más. Pero regalo de Reyes no sabíamos, eso era para las grandes ciudades, para los aldeanos no existía”.

SE -: ¿Y en esos Reyes que pasó?

“Fueron una sorpresa, fueron unas alpargatas que me puso una tía mía, María Luisa Menéndez. Para mí fue algo tremendo (llora). Y otra cosa, en aquella época cuando pasaba por un escaparate era cuando aparecieron a la venta  los pantalones, y yo decía “¡Pantalones!”. Quería que me pusieran pantalones. Y ahí conocí lo que era hablar por teléfono también, nunca en mi vida había hablado por teléfono, y eso fue para despedirme de mi hermana. A Madrid, porque no pude llegar a despedirme de ella, porque de una aldea a una ciudad, y con el tiempo tan justo, era complicado.

Ahí fue terrible. Esa fue mi despedida y mi partida de mi patria. Y lo más triste fue cuando despedí a mi madre en el puerto ese día de Reyes. Ah, no, antes, en Vigo, que casi la lleva por delante un auto de la emoción que tenía al verme partir. Y estar ahí arriba del barco y sentir esa sirena sonando, levantando los pañuelos, todos levantando las manos (llora, casi no puede pronunciar). Lo único que veía era gente, y gritos de la gente, llamándose por sus nombres, “volvé pronto” y ese pronto una no sabía nunca cuándo iba a ser. Yo tuve la suerte, yo a estos tíos no los conocía, los conocí ahí. No los conocía de toda la vida, así que era como volver a nacer en un mundo nuevo. Donde todo tenías que empezar como un bebé.

Llegué. Tardamos quince días en barco. El camarote era el ojo de buey y golpeaban las olas sobre el ojo de buey. Yo estaba en el camarote arriba, abajo dormía una prima mía. En los días de mucha tormenta el barco se movía, y parecíamos borrachos caminando por los pasillos… Cuando estabas comiendo se te caían los platos cuando había mucho oleaje. Pero bueno, tuve una contención muy enorme. De todo el mundo, del capitán, un señor español divino que me quería como una hija (llora), nieta, no sé, todo el mundo. Era la mascota de ellos. El capitán había ordenado que si la nena Clarita quería, lo que quisiera de la panadería, que estaba enfrente a nuestro camarote; que yo comiera lo que se me diera la gana. Yo nunca había visto el lujo que era ese barco. Era el Libertad. ¡Una gente! Conmigo fueron tan cariñosos, tan hospitalarios. Lo que yo quisiera comer, el postre, lo que quisiera. Tenía una tía que siempre me quería comer lo que los mozos me daban demás…

Muchas veces de noche me tapaba la boca para que nadie me escuchara llorar, para que los demás no sintieran mi dolor, mi despedida, mi soledad, porque yo no tenía nada, era volver a empezar con gente desconocida.

En el cruce del Ecuador hay un bautismo y en ese bautismo se hace una fiesta impresionante, hermosa, hermosa. Te visten de reina, se elige rey, reina, princesa, en fin. A mí me eligieron reina, pero como había tanta gente tan copetuda, y yo era una nena, entonces hubo protestas, que cómo a una nena la iban a poner de reina… Entonces me pusieron de princesa. Nos ponían alrededor de una pileta de natación. Yo nunca me había metido en el agua en una pileta ni nada. Entonces venían los bandidos y presentaban todo así, alrededor de la pileta, en sillas, y después venían estos bandidos y te tiraban de sorpresa. ¡Te vestían como de reina! En serio, con su corona, todo, y también con la banda, todo. La cuestión es que me tiraron, hubo muchos inconvenientes en la caída al tener ropa larga, se enreda en la cabeza. Una de las chicas que era princesa se cayó y casi se muere, porque se golpeó al costado de la pileta, donde estaba el pasamanos y casi se mata. A mí se me enrolló toda la ropa, no podía respirar, y gracias al rey, porque no sabía nadar, pero siempre había alguien abajo que te agarraba. Pero hasta que descubrían que vos no podías, te imaginás, pero gracias al rey, que era un señor chileno, me salvé. Nos sacaron afuera de la pileta, recuperaron a esta chica que estuvo muy mal, al borde de la muerte, después a la noche se hizo una gran fiesta. Recuerdo  que también venía un señor argentino que de sobrenombre le decían Jajá porque  siempre estaba riéndose, vive acá por la calle Libertad.

SE -: ¿Qué pasó con la familia, con estos papás nuevos?

“Cuando llegué acá, bueno, casi chocamos en el medio del mar con otro barco. Empezaron a sonar las sirenas, empezaron a bajar los botes,  nos empezaron a avisar dónde teníamos los chalecos salvavidas, estaban ya dispuestos para tirarnos al mar. Hasta que la providencia divina nos sacó adelante y pudimos seguir ruta. Y llegamos acá a los quince días al puerto. Nunca me voy a olvidar, un día de sol hermosísimo. Para mí fue algo… como estar en el cielo, porque era brillo, esa luz divina.

Era como cuando Colón llegó a América, imagino. Entonces llegué y ya arriba del barco  avistamos  a nuestros familiares. Ellos gritaban, con pancartas y todo. Estuvimos ahí unas horas. Mis padres quisieron traer a una chica que también era familiar para hacerme compañía para que yo no me sintiera tan sola.  Pero era muy egoísta, más grande que yo, me hizo sentir muy mal, como si yo fuera una intrusa dentro de la familia. Estuvo unos días acá en mi casa pero para mí fue un martirio. Bueno, llegamos a Tandil y fue un martirio. Fue adaptarme, mis padres a mí y yo a ellos. No fue fácil. De noche más de una vez sentía como que pasaba un tren, sentía las sirenas, me sorprendía y quería volver a mi casa”.

SE -: ¿Y acá tus papás tenían alguna costumbre como en España, la comida, cosas que te eran familiares, o era todo diferente?

“No, muy diferente, muy diferente. Mi madre era ya una persona grande, era acostumbrarse a ser madre de una nena de diez años. Ella al cariño lo demostraba haciéndote cosas y muchas veces uno necesitaba besos, y acurrucarte entre brazos. Porque muchas veces no es tener todo lo material. Y después la familia, a veces me dolía mucho que algunos familiares me dijeran “eres la criada”. De nuestro hermano, de nuestra hermana, y eso es lo más duro que puede haber en una niña tan chica.”

SE -: ¿Y después llegó la adaptación?

“Después me adapté.  Como no traía ningún papel de mi colegio, de mis estudios, tuve que empezar de cero. En un mes tuve que estudiar todo lo que era de acá. Me preparó Cielito Vignale, una excelente persona. Mi madre de acá me mandó a prepararme. Primero quería ingresar en el Colegio de Hermanas, pero la madre Alicia tenía poco de madre, muy poco corazón, porque como yo no traía ninguna constancia de estudios, me quería poner en primero inferior y para mí fue como clavarme un puñal en el corazón. No reconocer el esfuerzo, porque para eso hay que hacerle una evaluación a las personas, no castigarlas”.

SE -: ¿Y fuiste a primero?

“No. Con mi madre recorrimos. Acá a la vuelta de mi casa había una maestra de la Escuela 2, una madre para mí, porque la verdad fue la que me devolvió la ilusión de querer ser lo que soy hoy. Esa persona le aconsejó a mi mami: “No te preocupes, vamos a hacer lo siguiente: yo tengo mi sobrina, que la puede preparar, Cielito”. Y en un mes, porque faltaba poco para empezar las clases, tuve que estudiar lo que no había estudiado en mi vida.

SE -: Pero lo hiciste…

“Lo hice, me quedaba noches enteras. Noches enteras. Lo único que pedía a Dios y a la Virgen Santa era que me diera la fortaleza y la sabiduría para poder ingresar a otro curso más.  Después ingresé a la escuela 2 y más adelante estudié en la Escuela Técnica. En la academia Vulcano Teneduría de libros. En la técnica me recibí de competente técnica, estudiaba y trabajaba. Después estudie en la Escuela Normal. Estudiando y trabajando. A los catorce empecé a trabajar porque quería valerme por mí misma, no tener que depender de mis padres”.

SE -: ¿Cuándo volvés a ver a tus padres de sangre?

“Después de 20 años. Se da después de casarme porque mis padres actuales tenían miedo de que yo me volviera y me quisiera quedar allá, entonces no querían. Con mi trabajo yo podía hacerlo, pero siempre me ponían trabas. Yo también me quise independizar, comprarme mi departamento. Tampoco quisieron porque decían: “Qué necesidad tenés, si tenés todo”. Entonces  después de casarme, íbamos a hacer nuestro viaje de bodas a España, pero no lo pudimos hacer porque era la época del Rodrigazo y eso. Después nos arrepentimos de no haberlo hecho, pero tenía miedo que no nos alcanzará para volver. Mi marido recién empezaba sus tareas profesionales como arquitecto y temíamos que no nos alcanzara para ir, volver y seguir viviendo aquí”.

SE -: ¿Cuándo fuiste?

“En la época del Rodrigazo, a los 20 años de estar acá, mi marido me dio la sorpresa, junto con mi madre, de acá, de que me pagaba el viaje para que yo volviera a ver a mi familia allá. Yo no sabía nada, fue como sentirme reina por un día. Una cosa verlo y no creerlo. Mi marido, aunque ya había pagado el viaje, y mi madre, entre los dos me estaban ocultando eso y me estaban armando el viaje. Y un día me encuentro con un amigo que me dice: “¿Así que te vas a España…?”; le digo: “no, qué me voy a ir”. “¡Pero Daniel me dijo que te ibas a España!”(risas). Entonces me voy a España, durante un mes viví en el aire acá. Fue un mes de despedidas de amigos. Siempre me preguntaba: “¿Seré merecedora de tanto cariño de parte de mis amigos?”. Agradezco tanto a todos por ese afecto, mi eterno agradecimiento. Ellos lo saben. Era tanta emoción que inclusive cuando fui a viajar me olvidé el pasaje acá. ¡Ya cerca de Buenos Aires  me di cuenta! Fue algo increíble, las valijas, sacaba la ropa, la metía, fue algo que me perturbó de tal manera… No sé, vivía shockeada. Quería irme, y no me quería ir.

Y llegué a España. Nunca había viajado en avión, viajé sola. Y ¡no  quería subirme! ¡Mi marido me empujó! Porque yo no me quería subir.  Y en el aeropuerto estaban mi hermana y mi cuñado. Ella estaba vacacionando en Portugal con su marido y sus hijas. Yo no conocía a mi cuñado. Cuando bajé, cargada como siempre de valijas, llego y voy a buscar el maletero para cargar las valijas y veo un señor con gafas, entonces le digo: “Usted señor se dedica a transportar las maletas?” “Y tú quien eres? Tú eres Clara?” Entonces cuando nos conocemos yo quedo petrificada porque nunca me esperaba encontrarlo así. Lo primero que me dijo fue que había venido él solo, y mi hermana. Entonces le digo: “¿Dónde está mi hermana?” “Tu hermana está de aquel lado”.  Y le digo: “vos acercame cerca del ventanal y no me digas cuál es mi hermana”. Entonces me dice: “Está en ese sector…” Y yo creo que el calor de hermandad, de sangre, te lleva (llora, muy emocionada); entonces salí corriendo y la vi, no sé, algo me llevó a esa persona que era mi hermana. Eran gritos y abrazos, dándonos vueltas y vueltas, todos se quedaron helados mirándonos, era un película. Porque desde muy chiquitas no nos veíamos, y la única despedida fue cuando yo partí, por teléfono. Entonces fue emoción. Nos fuimos, estuvimos ahí en Madrid, al otro día partimos para Portugal.  Hice un tour inolvidable.

SE -: ¿Y a tus padres?

“Mis padres no sabían nada. Entonces fuimos a Portugal. De ahí mi hermana me hizo todo un tour por Galicia hasta llegar a Asturias. Antes de llegar a Asturias empezó a cantar “Asturias tierra querida”. De esa canción era llorar y dar gracias a Dios de lo bien que estaba lo que estaba viendo. No era la España que yo dejé. Entonces agradecí a Dios y a la Virgen porque tantas miserias y cosas que pasaron y ver cómo estaba. Era reírme, llorar. Llegamos a las cuatro de la mañana a Asturias. Mis padres no sabían nada que yo iba. Iba mi hermana, mi cuñado, mi sobrina (tengo dos sobrinas) y yo atrás.

Y cuando llegamos a la casa de mis padres mi hermana baja, toca timbre, mis padres tienen casa de tres plantas, en la aldea. Entonces mientras escuchan, baja mi padre en ropa menor, entonces dice: “Pues coño, quiénes son? ¡Y a la hora que llegan!” Y mi hermana no le decía nada. Entonces dice: “Bueno, esperen, voy a cambiarme, porque no estoy en condiciones”.  Y mi hermana dice: “Bueno, pon a templar un poco el ambiente, la cocina, para poder bajarnos, porque venimos cansados”. Y se va. Mientras se va, mi padre le dice: “¡Qué cargados que vienen! ¿Qué traes tanto ahí atrás?”. Tanto bulto. Y mi hermana no le decía nada. Yo estaba tapada con una campera, y todos se reían. “Bueno, bájense, bájense!” Y empezaron a reírse y mi padre dice: “Pues hombre, a mí no me mientan, ¡ustedes traen alguna sorpresa ahí! No me van a  decir que viene Clarita, que traes a tu hermana ahí!” Entonces, cuando dijo “Clarita” yo agarro, me levanto la campera y salgo… Y mi padre empezó a los gritos: “Claritina!, hija mía!”. Bueno, eso fue algo de no creer (llora). Los alaridos que pegaba es algo que nunca me voy a olvidar. Entonces en una de esas baja mi hermano, y se queda petrificado, como una piedra. Hasta que después reaccionó, entramos, a la cocina, y en una de esas le digo: “¿Mamá?” “Está arriba, durmiendo…” “No le digan nada, quiero ir yo”. Me dicen adónde es la habitación, subo y mamá se estaba enderezando de la cama, y cuando yo entré al umbral de la pieza me ve. Mamá casi se infarta, cayó para atrás, yo creía que se me moría. Pasamos quince días que era llorar, reírnos, era tanta la emoción,  me sentí reina…”.

Hoy estoy muy feliz y tengo mucho que agradecer, a mi marido, a mi hijo que adoro. A mi marido que me ha acompañado siempre, y con mi madre, a cuidarla, porque hace 9 años que está enferma en mi casa. A ellos, les agradezco con todo mi amor!

SE-: Clarita, nos queda mucho por contar. Tiene una historia como para hacer tres películas, mil entrevistas. Así que esta historia continuará…

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