darwin
Secretaría de Extensión: ¿Liliana, cuánto hace que conoce a Pedro?

-Liliana Negrette: Yo lo conocí en el año ’77 en Córdoba. En una confitería bailable. Ahí nos conocimos y empezamos a salir. El ya estaba haciendo la carrera militar, ya era Cabo. Había sido destinado de Buenos Aires a Córdoba. Ahí lo conocí yo, recién llegado, hacía poquito que estaba…

¿Cuándo lo conoce ya sabía que era militar?

-Sí. Claro, porque soy hija de militares, de familia de militares y ya cuando lo vi, dije: “¿vos sos Cabo?” le pregunté (risas) “a vos te vende la cara”.

Así que ya sabías que se venía una vida ligada a una persona que llevaba una vida de militar. ¿Qué te imaginabas que incluía?

-No, no sabía lo que me esperaba. Porque era chica todavía, yo me casé a los 19 años y recién salía del hogar porque mi primera salida fue al conocerlo a él, así que fue mi primer hombre… y así estuvimos un año en Córdoba y después nos salió el pase a Colonia Sarmiento, Chubut.

¿Se casaron en Córdoba?

-Nos casamos en Córdoba, si. En el año ’80, nació la bebé y nos fuimos de pase a Colonia Sarmiento, por la situación económica. Porque andábamos mal económicamente y nuestra solución era irnos con un pase lejos, porque en esa época mandaban al sur a Suboficiales castigados. Era castigo mandar al sur por las zonas inhóspitas.  Pero él lo pidió para tener una buena remuneración de pase y poder salir adelante, porque no teníamos nada. Así que éramos los tres nada más y no había más nada.

El esfuerzo para arrancar, ¿ no?

-Si. Y así nos fuimos a Chubut.

¿Cómo te fuiste enterando de lo que estaba pasando en el regimiento con esto de Malvinas?

-Yo nada. Nada. Yo  veía que Pedro… que la gente entrenaba mucho, los soldados, mucha incursión en el campo. Lo podía ver cuando iba a la proveeduría a comprar porque estaba el barrio militar pegado al cuartel y veía cómo estaban entrenando. Mucha instrucción y a toda hora. Entonces más o menos… pero no, nunca se me ocurrió nada. Incluso Pedro, cuando se despide de mí -yo le vi una cara muy triste, tengo unas fotos- me dice que no sabía si iba a volver, que iba a hacer un “ejercicio” pero no sabía que iba a Malvinas. Y bueno, nos despedimos…

Pero en algún lugar ustedes sabían que algo pasaba…

-No. Nada. ¿vos  sabés  cuándo me entero que él estaba en Malvinas? Yo me despido de él el primero. Ya el treinta había movimiento. Él sospechaba: por la ropa que tenían que entregar de abrigo, por las armas. Por las municiones de guerra, ahí sospechaban. Pero no, pensaban más en ese momento que podía ser con Chile, había rumores pero de Malvinas nada. Y yo me entero cuando prendo el televisor el dos de abril a la mañana y estaba la toma de Malvinas. Ahí me dije: “Pedro está en Malvinas”. Así me entero, por el televisor.

Porque él te manda a Córdoba…

-Claro, porque él me dijo “si en 15 días yo no vengo, vos agarrá a los dos nenes, y- como estaba embarazada- te vas”. Y yo cumplí. En 15 días me fui.

¿Cómo fueron esos 15 días?

-Yo estaba con la radio y con la televisión prendida continuamente mirando todo. No estaba asustada, porque sabía el marido que tenía. Él siempre fue un soldado muy destacado en el Ejército.

Vivías en un barrio militar. ¿Se juntaban las mujeres del barrio para hablar de esto?

-No, yo no tenía tiempo. Tenía los dos nenitos, estaba embarazada.  Tenía la nena de 2 y César, de seis meses. Por ahí… un ratito cuando bajaba al palier adelante, tomábamos unos matecitos así, nada más, pero no era de andar… nunca fui, soy muy de la casa. Porque no quería el comentario, eso fue lo que Pedro quiso evitar. Porque él me dijo, si en 15 días no vengo, agarrá los nenes y te vas.

Sin decirle nada a nadie…

-Claro, porque existe el comentario, el rumor de esto, de lo otro, incluso después me entero que decían que Pedro había muerto. Bueno, pero yo no estuve ahí, yo ya estaba en Córdoba. No me enteré de esas cosas. Lo supe después cuando volví.

¿Y rumores de qué era la guerra, qué estaba pasando…?  ¿De eso escuchaban algo?

-Sí, si.

¿Qué escuchaba?

-Que estaban allá. Incluso había  militares que iban a Malvinas a llevar cosas y volvían. Cuando me entero del marido de una vecina le pido si por favor no le podía llevar una carta a mi marido, y cosas: cosas enlatadas, cigarrillos, pero no pude. Eso se dio también. No había camaradería. No le importaba a nadie. Entonces una vez yendo a la proveeduría a comprar, veo al enfermero. Yo sabía que el enfermero iba y venía llevando medicamentos y esas cosas, entonces le pregunté y me dijo: “sí, señora, a las 4 de la tarde estoy en su casa, prepáreme la cajita que yo se la llevo a Pedro”.  Porque era compañero de él, era enfermero. Y bueno, fue la única caja que él recibió, porque después todo lo que le mandé no recibió nada.”

Estuvo esos días viendo cómo llevar las cajas, las cosas…

-Y sí, yo mandaba encomiendas y él no recibía nada, yo cobraba el sueldo de él, y compraba las galletitas, máquinas de afeitar, cosas de perfumería y nunca recibió nada. Me gastaba la plata…

¿A quién se las daba?

-Se las mandaba por correo. Ya después que estuve en Córdoba, le mandaba las encomiendas por correo y no llegaban.

¿Y cartas no escribió o recibió ninguna?

-Sí, recibí varias, él me escribía siempre, pero las cartas mías, él no las recibía. Y él decía, esa Hija de P*.. que no me escribe (risas).  No sé si no salían del continente las cartas,  las encomiendas, no sé.

Y las cartas de él, ¿te acordás qué decían?

-Que me extrañaba, le hacía dibujitos a los chicos, les dibujaba el arco, el nene pateando, a la nena le hacía cositas, le dibujaba. Mandaba que él estaba bien, que no me preocupara, que estaba escribiendo a la luz de las velas, todas cosas así.

¿Cada cuánto recibías cartas de él?

-De él recibí varias, por ahí me escribía una por semana  y yo las recibía. La última fue un mes antes de terminar la guerra, cuando estaba prisionero.

¿Y que pensaste ahí?

-¿Qué pensé? Bueno, yo siempre pensé que él iba a venir vivo. Nunca pensé que podía pasar algo. Nunca, jamás. Nunca. Yo sabía que él iba a venir vivo. Y ya cuando el último mes no supe más nada, pensaba… pero yo sabía que él estaba vivo. Yo sabía… el instinto…. Porque ya te digo, él ha tenido muchos accidentes, porque él, como militar era paracaidista, tuvo muchos accidentes de quebraduras, tiros en la panza, en el hombro, quebraduras de costilla, de todo…  Entonces es como que yo estaba acostumbrada a que por ahí le pasara algo y lo tomé con tranquilidad. Porque estoy acostumbrada. Él me ha formado.

¿ Y después que estuvo prisionero cuanto tiempo estuviste sin comunicación con él?

-Un mes. El último mes. Ese último mes no supe más nada de él.

-Igual con esperanzas de que iba a volver

-Sí, siempre con la seguridad de que él estaba vivo

¿Cuando te fuiste a Córdoba que le dijiste a tus papás?

-Ellos sabían que se había ido a Malvinas. Papá  me dijo que me quedara ahí con ellos.

¿La familia preguntaba? ¿La gente en Córdoba preguntaba?

-No, yo estaba en la casa de mi papá y no se hablaba mucho, digamos. Mi papá siempre miraba el “60 minutos” en esa época,  el noticiero, y una vez lo vi a él (porque yo presiento, cuando a él le pasaba algo yo presentía todo). Estaba sentada con mi papá mirando el programa y le digo: “papá, ahí va a salir Pedro”. “Qué va a salir… con tantos que son…” me dice mi papá.  Aterrizó el Hércules y ellos estaban bajando las cosas, y él estaba con una gorrita negra de lana. Y lo vi! Era algo que me decía que yo lo iba a ver. Yo presentía que lo iba a ver y lo vi. Y lo vi bien. Entonces ahí me quedé tranquila.

¿ Y cómo veías en la sociedad el tema de Malvinas?

-Lo que yo veía era que en los programas de TV la gente donaba todo, donaban mucho oro, donaban camionetas … siempre había programas donde donaban cosas. Tejían, todo para ellos…

¿Y qué pasaba con la información sobre la guerra?

-Yo todo lo que sabía lo sabía por la TV, no tenía contacto con compañeros de él ni nada.

¿Qué se decía? ¿Que iban ganando, que iban perdiendo?

-Y al principio sí, que iban ganando.

¿Cuándo empiezan a decirles que habían perdido?

– Y bueno, fue por la televisión, ya cuando se rindieron.

Hasta entonces iban “ganando”…    

-La gente vitoreaba todo eso, ni siquiera sabían que las cosas donadas no llegaban a Malvinas. Por ejemplo, había compañeros que habían ido de otros regimientos que son los que fueron a las orillas de Comodoro Rivadavia , todo a la orilla del Mar de la Argentina, ellos se agarraban las medias que tejía la gente, se cansaron de tomar chocolate y comer budín inglés. Porque la mayoría acaparaba ahí. No pasaba nada para allá. No pasaba porque cuando él vino, yo le contaba todo lo que la gente donaba para ellos y él lloraba. Yo había guardado una revista y él lloraba porque ellos jamás recibieron nada.

No había mucha conciencia del sufrimiento de los soldados ni de lo que estaba pasando…

-No, después cuando ellos vinieron, en nuestro caso, nosotros vivimos mucho la discriminación. Porque en esa época por ejemplo, el veterano de guerra era loco.  Yo era “la  de un loco” o mis hijos tenían un padre que era un loco. Y ahí empezaron mis hijos a tener que defenderse en la escuela. Pero te estoy hablando de propios compañeros de él, que no habían ido a Malvinas. Y le decían: “ah, pero vos no estás loco para venir a cobrar, vos no estás loco para esto…”. Y así., entonces él empezó a usar la fuerza. Empezó a agarrar a uno, viste? A hacer cosas que después lo terminaron internando …

Cuando eso pasaba, ¿le daban ningún tipo de contención? ¿A él, a la familia, o grupos de autoayuda, o charlas o algo?

-Al principio sí, estuvo internado varias veces pero a mí no me convencía el tratamiento que él tenía. Porque era doparlo y doparlo. Estuvo muchas veces internado, en Buenos Aires, Córdoba, acá en la comunidad, en el hospital, en muchas partes. Y yo lo que veía era que la solución de él era estar cerca nuestro, no separarlo de nosotros. Una vez viajé de Río Gallegos a verlo, gracias a un jefe anterior que él había tenido. Él le preguntó cuánto hacía que no nos veía a nosotros y nos mandó los pasajes para que yo viajara con mis cinco hijos a Buenos Aires. Estábamos en Río Gallegos. Porque los cuarteles a los que él pertenecía en esos momentos nunca se preocuparon por él. Jamás me mandaron a preguntar: “Señora, ¿tiene para comer?”. A él lo internaban y fuiste. Yo me las tenía que arreglar como podía. Y ya te digo, estuve bien preparada. “Es la esposa de un soldado”, como dice él. Me sabía decir: “la esposa de un soldado no debe llorar”.

Y lo sacaste adelante

-Esa última vez  lo saqué.  Había estado más de un mes, fui a verlo con mis cinco hijos, y estaba en un estado… “NO”, le dije a la doctora, que me lo llevaba. Y él tenía miedo: decía: “yo no estoy en condiciones de viajar con ustedes” porque teníamos que tomar el avión. Ir a Ezeiza, tomar el avión. Los chicos te decían: “papá, nosotros te vamos a cuidar, nosotros te llevamos”. Teníamos que tomar tren, y todo, y así lo sacamos, yo tuve que firmar y sacarlo. Incluso hasta hace unos años le mandaban la caja con la pastilla. Y bueno, después de fallecer mi hijo, él recae de nuevo, otra vez internado, y entonces se quiso matar varias veces. Se envenenó con esas pastillas, así que no las mandaron más. Dejó de tomarlas porque tomaba la que tenía que tomar a la mañana, a la media mañana, y después tomaba alcohol, era un zombi. Pero bueno, dejó. Le costó mucho, mucho. Porque él sufría de ataques. Rompía las cosas. Bueno, muchas cosas. Ya está superado. Aunque yo varias veces quise irme. Pero decía: “enfermo no lo voy a dejar”.”Si algún día me tengo que ir, me voy a ir cuando esté sano”. “Pero no lo voy a abandonar estando así”. Siempre me lo decía yo, el amor siempre estaba pero había veces que  me cansaba. Pero dije, “no, así no lo voy a dejar”. Y bueno, por eso anduvimos medio-medio. Ahora gracias a Dios estamos bien. Nos dedicamos a viajar, él va a pescar, y siempre estamos pendientes de nuestros hijos, ya son grandes, pero los ayudamos mucho. Por ahí nos privamos de cosas por ayudarlos a ellos. Son cuatro… y estamos pendientes de ellos. Y él por ahí se enoja, que está cansado, pero yo le digo: “es la única familia que tenemos porque toda nuestra vida fuimos solamente los siete”. Juntitos siempre. Hemos pasado navidad solitos los siete, todos siempre solos los siete. No hubo tía, no hubo madre, no hubo nada.

-Pedro Suárez: a veces nos dejaban los zapatitos afuera con agua y pasto y no tenía nada para dejarles pobrecitos…(se emociona)

-Liliana: y yo les dejaba una cartita… y ellos chochos, se criaron muy humildes  ellos… nos cuidábamos mucho. Le hablaban y él reaccionaba con ellos. Mayormente con César, era el más apegado a él. Ellos me ayudaban a llevarlo… y bueno, pero el tratamiento, malo.

¿Han tenido contacto con alguna otra familia que haya tenido esa misma dificultad para salir de las pesadillas de la guerra? ¿Has hablado con mujeres que hayan pasado por lo mismo, han hablado?

-No. Ha habido compañeros de él que… pero no, mis amigas…mis amigos son mis hijos, y siempre los problemas los hemos hablado entre nosotros. Yo siempre les di crédito a mis hijos, aun siendo chiquitos para que tengan autoridad para decidir. Por ahí él se quería comprar un auto, y decía que íbamos a andar jodidos, que íbamos a tener que comer pan duro, y me acuerdo que César dice: “vamos a comer pan duro, papá. Compráte el auto”.  Así que yo de chiquito los hacía participar y las distinciones a ellos también…

-Pedro Suarez: los hicimos arte y parte… la decisión de venir a vivir a Tandil: estábamos en Córdoba. Nos sentamos todos a la mesa. Estábamos viviendo una situación bastante complicada a nivel de los vecinos, que se enojaban, me decían loco, me cortaban la dirección del auto, me tiraban cosas arriba del auto, entonces nos juntamos los siete y les dijimos: “miren, papá acá no quiere vivir más, porque voy a terminar matando a alguien o voy a ir preso. Así que hemos tomado la decisión de vender, no sé a dónde vamos a ir, pero vamos a vender”. Podés creer que en dos meses vendí la casa. Agarré el auto, me vine acá a Tandil, porque dije: “vamos a ir a Tandil”, y acá caímos, en una casa en Villa Italia y después la mudanza, y ya compramos un terreno. La casa la hicimos nosotros con el sudor de nuestras propias manos. No es un palacio pero es nuestro…

-Liliana: yo he sido un poco de él, su doctora, su psicóloga, porque sé lo que a él le hace bien, le hace mal, sé cómo le voy a decir las cosas, los problemas que fueron pasando, buscar el momento de cómo estaba para poder decirle las cosas, o sea que él por ahí iba a un psiquiatra y yo ya sabía lo que tenía, aprendés… Decí que era tranquila. Yo siempre fui una persona tranquila, un carácter muy débil.

-Pedro Suarez: si no, no hubiéramos podido estar juntos…

-Liliana: pero con el tiempo me he transformado, he transformado mi carácter. Me he hecho más agresiva y pedía las cosas que le correspondían a él. Para pelear por él.

¿Y con los hijos hablan de estos temas, preguntan cómo fue la guerra?

-Liliana: Ellos saben…

-Pedro Suarez: ellos ya son grandes, ya saben lo que vivió su mamá y su papá

Pero cuando te veían mal, preguntaban ¿“qué le pasa a papá”?

-Liliana: no, no, porque ellos lo vivieron al lado mío. Ellos por ahí sabían que tenían que ponerle perfume en la nariz, un almohadón en la cabeza cuando se desmayaba, ellos reaccionaban por instinto también. Para que su papá reaccionara. La mayor se llevó una materia porque era hija de veterano de guerra, la profesora de historia empezó a hablar mal y ella le retrucó, porque es muy inteligente… y bueno, la profesora después la mandó a rendir y le costó tres años sacar la materia…

-Pedro Suarez: y los tres años la misma profesora. Lo que pasa que si yo iba, iba a ser para macana.

-Liliana: pasa que yo trato de resolver las cosas sola, porque si va él capaz se pone nervioso y rompe todo. Entonces le digo, dejame a mí. Voy yo y hablo y todo, si tengo que contestar contesto. Pero prefiero ir sola.

-Pedro Suarez: ella estudió de grande con los cinco hijos.  Y fue la mejor compañera, la mejor estudiante, y abanderada. Iba con los nenes…

-Liliana: iba con los nenes a la escuela, los dejaba sentaditos y mis profesores les sabían dar cosas para hacer, les llevaban pelotas para jugar en el patio, cuando él estaba de guardia. Claro, terminé la secundaria, y después empecé terciario y empecé a perder audición y en esa época tenía los cinco hijos chiquitos. Y no podíamos comprar el audífono. Los doctores dijeron que me lo iban a prestar y no me lo prestaron, así aunque fui a la facultad dos meses,  tuve que dejar. Mi sueño fue siempre ser maestra. Yo siempre preparaba a los chicos para la escuela, los ayudaba con las materias, y bueno, fui para cumplir mi sueño, pero me sentí muy incómoda.

Ir al contenido