SE-: ¿Cómo llega su familia a vivir a Argentina?
“En primer lugar te diría qué es, quién es, un inmigrante, para que no lo confundamos con el turista. El turista viene a pasear, el inmigrante no. Viene a quedarse, viene a formar su vida con nuevos amigos, nuevo clima, nuevas condiciones de vida, nuevo idioma, y a mezclar también su sangre con la sangre autóctona. Yo tengo mi mujer que es argentina y cuatro hijos también. Ahora soy ciudadano argentino. Porque después de tantos años en Tandil me nacionalicé. Yo tengo cinco años de italiano.
Soy nacido en el ‘21. Y tengo pronto 86 de tandilense. De modo que yo lo conocí a Tandil desde el 23 de enero de 1927, cuando Tandil era un pañuelito. En Italia hice el jardín de infancia y la Primera Comunión, porque el cura dijo: éstos se van a América (no se decía Argentina) se van a América y no pisan nunca más una Iglesia. Eso nunca pasó. Pero de todas maneras, ese era su modo de ser… y de pensar. Entonces hice la escuela primaria en Tandil, en el San José, desde principios del 29 hasta fines del 35. Los siete años que fui al San José y a pesar de las dificultades de la inmigración, siempre fui primero del grado, terminé los siete años en esa forma. Cuando terminé de estudiar, desde el día siguiente comencé a trabajar con mi padre en el taller de armería y bicicletería.”
SE -: ¿Cuándo vino su padre?
“Mi padre estaba acá desde tres años antes. Vino a abrir camino, entonces tres años después trajo a mi mamá y a los dos hijos que éramos nativos de Italia. Vinimos acá, yo con mi jardín de infantes completo con cinco años. Acá en Tandil me fue muy bien con los estudios. Hice mis estudios primarios e iba a estudiar mi vocación de mecánico, pero no la pude hacer porque en Tandil no había escuelas mecánicas. Mis padres fueron a Buenos Aires e intentaron inscribirme en la Otto Krause pero no fue posible porque faltaba un papelito. Entonces mi papá me dijo: “mirá, vos con lo que estudiaste, un año de contabilidad en el San José, yo te necesito, así que venite a trabajar conmigo”. Entonces al día siguiente ya empecé a trabajar, así fue como el 16 de julio de 1936 me dio la manija del negocio y mi papá me dijo: “Mirá, tené presente una cosa: somos inmigrantes, somos pobres, vinimos a la Argentina a trabajar; entonces acordate que somos eso, pero vinimos a trabajar, a ser honrados; la línea recta es una sola. Yo quiero que vos sigas mi camino, que es ese. Somos inmigrantes pobres pero honrados”. Y desde entonces yo tuve la manija del negocio, nunca tuve un empleado en negro… siempre nuestros empleados fueron nuestros amigos y mi mamá a todos los chicos que entraban a trabajar les daba el café con leche a la tarde”.
SE -: Usted era muy joven, 15 años tenía cuando empezó a trabajar.
“Tenía 14 años, era chiquito pero un chico vivo e inteligente. Eso me permitió avanzar con mi trabajo y con el comercio. Lo que no pude hacer en la Otto Krause. Así entonces hice la primera escuela, hubo un ensayo de mecánico acá con nuestro maestro que era uruguayo, era el señor Fernández. Entonces con mi trabajo, primero con el de armero y de mecánico que no pude estudiar fui avanzando y ayudándole a mi papá. Él empezó ya la parte mecánica, hice un par de años de contabilidad y también fui ingresando a la vida de Tandil que yo conocí tan intensamente. No pude hacer el secundario porque mi papá me dijo: ‘yo te necesito’. Yo tenía mi hermano de dos años menos que pudo continuar el secundario y entonces después hizo la parte comercial y después se vino a trabajar conmigo dos años después. Con los años hice un poco mas de práctica y a trabajar… eso fue mi vida de joven.”
SE -: Usted se acordaba de Italia, ¿extrañaba algo?
“Me acuerdo y extrañé poco y nada porque enseguida me integré a la República Argentina”.
SE -: ¿Sus padres extrañaban?
“Mis padres trabajaban hasta 22 horas por día porque cumplían eso de ser honrado y trabajador. Mi tío que había venido con mi padre trabajó en la cantera, después puso una carnicería que le fue muy mal, trabajó un año y perdió todo. Mi papá con la armería fue integrándose como artesano de cerraduras de todo trabajo artesanal. Mi padre era carpintero, artesano en todo sentido, porque venía de Italia con ese oficio y para integrarse a todos los trabajos. En Italia era pequeño chacarero pero acá no consiguió ni una hectárea. Entonces ingresó a Bariffi que posteriormente fue Bima S.A., ahí trabajó y después se dedicó a su trabajo artesanal.”
SE -: ¿Su padre se vino para tener una mejor calidad de vida, o escapando de la guerra?
“Mi padre había estado en la Primera Guerra Mundial totalmente en la trinchera. Él nos trajo a nosotros, a los chicos disparando de las guerras porque en Italia cada tanto había un llamado y él en Italia trabajó en una fábrica muy importante, una fábrica de cañones, de Génova. Mi padre acá, fue un hombre excepcional. Tres años después nos trajo a los dos chicos con mamá. Mi padre era una buenísima persona, mi madre fue una santa mujer porque nunca la escuché decir una palabra en contra de alguien. Tres años después trajeron a los abuelos paternos que eran viejitos y no pudieron hacer mucha carrera acá, pero tanto como mi padre y mis abuelos están sepultados acá en Tandil e hicieron su vida acá. Bueno, acá después nacieron dos hermanos míos, mi hermana y un hermano, nacidos en Tandil, argentinos por supuesto. Entonces yo hice dos o tres años de contabilidad argentina en una universidad popular que había venido a la escuela 1 con la directora María Elena Serra y esa escuela tenía como profesor de contabilidad al contador municipal. El primer contador matriculado de Tandil. Y el que a mí me puso en la órbita de la contabilidad era maestro italiano. Entonces me dijo: “Mirá, vos tenés que integrarte ahí porque vas a salir un pequeño contador”… Bueno, yo no fui contador pero pude estudiar ahí; en dos años hice los tres del curso y salí felicitado con diez puntos, porque era estudioso y trabajador en serio. Después me fui integrando al taller de bicicletas, y cuando mi padre me dio la clave del negocio me dio la manija, con mi tío y mi hermano seguimos con el trabajo.”
SE -: ¿Qué recuerdos tiene usted de Italia?
En Italia fui al jardín de infantes, mi maestra era una monjita joven y delgadita, era una excelente persona. Yo tenía cinco años y lo llevaba a mi hermano a la rastra porque él tenía tres y no quería ir. De Italia tengo muchos recuerdos. En el jardín hubo una revuelta, fue contra mi hermano, porque él era travieso, entonces la maestra, lo mandó al rincón porque era muy travieso. El traía una bombachita en el bolsillo por si le pasaba algo. El asunto es que lo mandó atrás, entonces hubo una protesta y el que más protestó fui yo: ¿por qué lo ponía a mi hermano en penitencia? Entonces a mí me mandó también al rincón, atrás del pizarrón, que era un pizarrón levantado. Y yo siguiendo la protesta saqué la lengua, ¡y eso era un delito! Porque a nosotros nos educaban así. El asunto es que todos los otros chicos se pusieron a reír porque yo sacaba la lengua. Entonces me dijo: “Vení para acá: mirá, vos tenés que comprender que yo como maestra necesito disciplina, yo no te quiero castigar a vos y a tu hermano pero necesito disciplina porque ahora todos protestan, yo los voy a perdonar a los dos, pero eso sí, con la promesa de que ustedes se van a portar bien!”
Bueno, nos puso a hacer las cositas, cuadraditos de papeles. Al poco tiempo, a fines del ‘26, usted sabe lo que pasaba en el ‘26 en Italia, empezaba la propaganda fascista. El fascismo tomó el gobierno en 1928. A los chicos más grandes del jardín de infantes nos llevaron a un mitin político, entonces claro, yo era de los más chicos, estaba más adelante, y un señor se subió a una mesa en la plaza, no en la iglesia, porque los fascistas no podían hacer un mitin frente a una iglesia, porque los italianos le pegaban una paliza porque querían el respeto de la iglesia. El orador llevaba el símbolo del fascismo, era un atadito de varillas con un piolín alrededor, simbolizaba la unidad nacional. Empezó diciendo que era muy fuerte, que ese símbolo era invencible. Yo, con cinco años, no sabía de política, pero no era tonto, entonces le grité: “¡Mentira!” El tipo me fusiló con los ojos, pero siguió hablando. Al rato mucho más fuerte seguía con su argumento, parado sobre la mesa. Y yo le grité: “mentiroso!!” Entonces claro, vino la maestra y me dice: “No tenés que gritar así, porque cuando una persona se pone sobre una mesa a hablar hay que dejarlo que diga lo que quiera aunque no sea verdad”. Y yo le digo a la maestra, “pero si ese hombre había dicho que no había ningún hacha capaz de romper esas varillas, y yo he visto a mis tíos tirar abajo árboles…”. Después los fascistas respetaban la Iglesia porque el pueblo no le permitía levantarse frente a la iglesia, porque si hacían eso le tiraban un árbol en la ruta en el camino, de las montañas, y mientras se bajaban a poner en orden la ruta, les pegaban una paliza porque habían ofendido a la iglesia.”
SE -: Cuando vino a la Argentina, ¿cómo fue su relación con la religión?
“Excelente: porque yo vine con mi religión. En el ‘75 yo hice la oración del inmigrante para el Día de la Raza, y esa oración se leyó en la iglesia de Tandil, se leyó en Italia y en Brasil. Porque en primer lugar dice lo que es un inmigrante. Que no es un turista, y en segundo lugar es una acción de gracia a Dios por la Patria Argentina. Le da gracias a su patria de origen y a la patria argentina. En el San José seguí siendo monaguillo. Un día estábamos hablando con el sacristán y me dice: “¿Vos sos italiano?”, “Sí”. “Yo también”. “¿Y cuándo viniste?” “En enero del ’27”. “Yo también!” “¿En qué buque viniste?” “En el Conde Verde”. “Yo también!”. Habíamos viajado juntos sin saberlo. Y nos encontramos acá. Entonces me dice. “¿Y vos en Italia que hacías?” “Yo era monaguillo…” “Bueno, yo le voy a decir al cura que te invite.” Entonces ya con siete u ocho años volví a ser monaguillo acá. Y después del colegio iba a la Iglesia también. Yo siempre seguí la Iglesia porque es el lugar donde encuentro mucha tranquilidad, mucha paz. Después ya más grande me casé por Iglesia, con una mujer de la República Argentina hija de alemanes del Volga, que habían estado un tiempo en Rusia y allá eran católicos.
SE-: ¿O sea que los padres de su esposa también eran inmigrantes…?
“Los padres de ella vinieron a Argentina, y ella era clienta mía y le había vendido una bicicleta y me prometió pagar diez pesos por mes porque trabajaba en casa Galver. Era clienta del negocio. Yo un sábado a la tarde estaba arreglando un viejo auto que teníamos con un empleadito que me ayudaba. Y por ahí apareció ella con su bicicleta. Y yo le había dicho al pibe: “mirá, si vos me ayudás el sábado yo después te invito, vamos a un baile, o a una confitería”. Y me ayudó. Entonces apareció ella con su bicicleta y dice: “¡Ah, están trabajando!” Yo la conocía a la familia, porque le había fiado la bicicleta. Yo tenía la manija del negocio, era el que daba el crédito. Entonces le digo a mi empleado, “mirá, mañana vamos a ir a un baile que sea popular: o Santamarina o Juventud Unida, alguno de esos…”. Y la chica nos dice: “¿por qué no van a Independiente?” “No, -le digo-, Independiente no porque son todas de familias ricas y son chicas engrupidas y yo soy un planchador…” Y bueno, -dice-: “sin embargo en Independiente vamos muchas. Yo voy a estar con mis amigas, alguna piecita yo me comprometo a invitarlos…”. “Bueno, si una piecita bailás con nosotros, vamos mañana”. Y fuimos los dos… Efectivamente bailamos con las dos chicas una pieza, después había que respetar la costumbre del club, nos sentamos. Y al rato hicimos la seña y nos permitió. Bueno, desde ya que eso fue el principio de mi noviazgo. Porque la chica era muy linda, la familia conocida, eran buena gente. Y yo la empecé a charlar. Ella iba a misa porque había ido al Colegio de Hermanas. Iba a misa todos los domingos. Entonces le dije: “mirá, si vos querés ir a misa yo te invito, nosotros vamos a tal iglesia”. “Bueno, vamos”, dice… “El domingo a esta Iglesia, el otro a esta otra…”. Y nos hicimos amigos, pero todavía noviazgo no. Así pasó un tiempo, fueron pasando los años, yo tenía un auto, ya un poco mejor; tenía un Fiat ‘28 con capota. Entonces íbamos a misa, a distintas iglesias. Y empezamos a ir al baile porque nos hicimos amigos. Y una vez al club que a mí me gustaba porque era el más popular y era más tarde, era Juventud unida. Fuimos también a Santamarina. El baile en el Club Juventud terminaba a las diez, once de la noche. Yo la llevaba a su casa. Nos quedamos conversando en el auto y le dije que era italiano. Ella me dijo que era de los alemanes del Volga, y entonces dice: “¿El domingo vamos a misa?” “Sí, yo te vengo a buscar…”. “Sí, pero vamos a ir a esta Iglesia, a Villa Italia”, dice. Ella era más viva que yo. “Un día nos vamos a dar un beso en la mejilla”, dice. Y yo le digo, “bueno, cómo no”. Y cuando nos despedimos nos dimos el beso, pero en la mejilla, no en los labios. Luego se bajó y se fue. “Bueno”, digo yo, “después de esto le voy a pedir permiso a tu papa y a tu mama”. Sí, un poquito más adelante” dijo ella.
SE-: ¿Permiso para andar de novios?
“No, permiso para estar en la vereda, en la puerta. Entonces un día fui y el vecino de ella era el director de turismo, y me dice: “Te felicito porque el domingo pasado te vi besar a tu novia”. “Pero en la mejilla”, le dije yo. Al poco tiempo le pedí permiso a los padres para visitar a la chica en la vereda y mi suegro me dijo: “Yo no tengo que darte permiso porque mi hija sabe lo que hace”. Yo le di las gracias.
SE -: ¿Qué significado tenía quedarse en la vereda? ¿Era formalizar una relación?
“Era el principio de una relación. Pero era en la vereda, en la puerta, y significaba que el muchacho no era un intruso, que hacía las cosas bien y con permiso. Ese fue el principio y después me dejaron pasar a la casa. Después de un tiempo de hacer un tipo de noviazgo así, que me dijeran de pasar a la casa… Mi suegro tenía moto y era cliente también. El asunto es que las cosas estaban bien, mis papás también, entonces tenía el segundo trámite familiar…”.
SE-: ¿Pedir la mano?
“Pedir la mano. Eso en mi época lo tenían que hacer mis padres a los padres de ella. Era con mucho respeto y nosotros éramos dos familias respetuosas. Entonces les dije que a mis padres les gustaban. “Sí, como no –dice mi suegro– un día que se vengan a tomar café acá”. Porque mis suegros no sabían de otras bebidas, ellos tomaban café con leche. Y le dije a papá: “Un día tenés que venir para hablar, para pedir la mano de la chica…”. Nos pusimos de acuerdo y nos juntamos las dos familias. Como mi suegro quería quedar bien con nosotros, y no sabía si nosotros tomábamos café, le pregunto a un vecino con qué nos tenía que invitar. Entonces le dijo: “Llevate una botella de vino bueno que a lo mejor ellos toman porque son italianos”. Fuimos con mis padres y me dijeron que con mucho gusto, y que esperaban que las cosas anduvieran bien.
SE -: ¿Tomaron vino?
“Me parece que tomamos café (risas). Porque nosotros tomábamos un poquito en la comida, el asunto es que mis suegros comenzaron a tomar vino en esa circunstancia. Les gustó mucho. Bueno, ahí las cosas avanzaron y un año y medio después de ser novios nos casamos. En la Iglesia. Yo tengo una emoción muy grande de mi casamiento. No era como lo que pasa ahora, nos casamos por toda la vida. Nos casamos un 25 de junio. Ella se casó con un vestido blanco muy lindo que lo habían hecho mi mamá y mi hermana. Ese fue el principio del fin, después vinieron los cuatro hijos…”.