Secretaría de Extensión -: ¿Cómo viene su familia a la Argentina?
“Mi papá vino para probar si le gustaba la Argentina. Vino con un tío, tenía 17 o 18 años. Y nunca más se fue a Dinamarca, nunca más. Vino acá, se fueron al sur, a trabajar allá, cuando empezaron a hacer los puentes sobre el Río Negro.”
SE-: ¿A qué se dedicaba su papá?
“Trabajó de albañil. Ya en Buenos Aires los estaban esperando empresarios que estaban haciendo esas cosas. Los agarraban ahí, en el puerto, para darles trabajo. Y allá fue papá y trabajó en la construcción de puentes. Seguramente vivían ahí a la vera nomás del río, comían galleta con mate cocido. Pero él se enamoró del país y nunca más se fue a Dinamarca. Cuando terminó con esto, decidió quedarse un tiempo más. El tío de mi papá se fue a Dinamarca y papá ‘chau’, nunca volvió. Avisó a sus padres, y no los vio más, ni a nadie de su familia. Enseguida se acriolló, esa es la palabra. A él le gustaba eso de estar comiendo un asado, matar una liebre o un pato salvaje, por ejemplo. Comían eso en esa época. Él se enamoró de estas llanuras, de este país enorme.”
SE -: Se tuvo que adaptar a la cultura, a la comida, al clima, todo…
“Los primeros años ni siquiera sabía el idioma, pero como venían muchos inmigrantes no había tantos problemas. En un momento se enteró que acá en esta zona de Tandil ya se había organizado una colonia grande de dinamarqueses, que había fundado el famoso Juan Fugl y sus seguidores. Entonces se vino para acá, con otros compañeros dinamarqueses que estaban allá y engancharon enseguida para trabajar en estancias con los daneses de esta zona.
Y entre ellos había un estanciero que tenía una hermana, que estaba en el campo y mi papá se enamoró de esa hermana. Esa, que ya era nacida acá, también venía de inmigrantes dinamarqueses. Era mi mamá. Se enamoraron, se casaron y se radicaron en la ciudad de Tandil. Ya venían las épocas mejores, pudieron en poco tiempo conseguir una casa, tener hijos, y siguieron viéndose con esa familia, con tíos, tías, primas, todos. Una familia muy grande la de mi mamá, Pedersen.”
SE -: Claro, porque igual a pesar de haberse enamorado del país, se extraña eso de la familia, donde vio que había un grupo…
“No voy a decir que no tenía nostalgia. Cuando papá ya se estaba yendo de este mundo él se acordaba todos los días de la repisa que él tenía allá, de lo que tenía la mamá, hablaba de su papá, que había fallecido. Papá en Dinamarca tiene que tener sobrinos, un montón, que nunca los conocimos, porque yo nunca fui a Dinamarca. Aunque ya soy tercera generación, pero no, nunca llegué”.
SE-: Y en eso de la colonia, ¿qué cosas de familia se pueden rescatar? Porque la colonia se constituye como una gran familia, ¿verdad?
“Si, sí, eso ya es en mi infancia. Papá y mamá se radicaron acá en Tandil en la zona en donde está la Iglesia. Ya estaba construida, no del todo, con los arreglos que tiene ahora. Y alrededor ya se iban radicando, a una cuadra, un dinamarqués, en la otra, otro. Se iban juntando cerca de lo que es la Plaza Independencia y la Iglesia nuestra. Así que nosotros que éramos chiquitos nos juntábamos con todos esos chicos y nos mandaban al colegio dinamarqués que era muy importante en esos años, la “Escuela Dano-argentina”. Era escuela paga. Teníamos maestra en castellano y teníamos la mitad del día danés y la otra mitad castellano. Bilingüe. Venían profesores de Dinamarca. Eran años buenos porque todas las familias podían pagar ese colegio. Con el tiempo se fue diluyendo y no existe más. Era un colegio grande con muchos espacios donde jugábamos, hacíamos gimnasia. La Iglesia, donde también nos bautizaron, y he tenido la gran suerte de que mis hijos y nietos y hasta un bisnieto fueron bautizados ahí. Pero ya en el idioma castellano, el danés se va disolviendo, se deja de hablar. Yo por ejemplo, leo y escribo perfecto y tengo amigas que son de la infancia que también han preservado el idioma con sus más y menos, en las familias, porque la escuela ya no existe”.
SE -: ¿Y además del idioma han preservado costumbres o cuestiones culturales?
“Sí, nos hacían hacer teatro, nos daban bordado, música, nos integrábamos a las cosas así. Porque en la colonia danesa, -y eso está registrado en el archivo con fotos- estaba sentado que siempre se tomaba parte en todo lo que era de la Municipalidad o de Tandil. En alguna forma en los desfiles, inauguraciones, nos integrábamos y nos juntábamos. Lo que era un poquito difícil, no estaba restringido pero era un poco difícil, era poder llevar a una amiga, una vecina, que no era danesa”.
SE -: Ah, los grupos eran bastante cerrados.
“Eran bastante cerrados. En nuestra juventud porque venían todavía en esa época pastores dinamarqueses, con sus familias dinamarquesas, y los maestros eran dinamarqueses. Después el maestro ya se terminó y teníamos que tener todo castellano. Entonces se abrió, ahí podíamos ir con novios que no fueran dinamarqueses. No fue mi caso, pero en muchos casos sí. Mi marido era también de una familia danesa muy conservadora.
SE -: ¿Hoy también la costumbre de la comida sigue estando?
“Todo, todo seguimos. La comida, el estilo de hacer las fiestas. Ahora se está tratando de hacer con los chiquitos algo parecido a lo que hacían en las infancias nuestras. Nos juntábamos todos y hacíamos unos picnics anuales en los campos de la familia Santamarina. Eso era común en nuestras colonias. Y ya te digo, esas cosas del tiro al pájaro, todo eso eran costumbres de añares atrás y esas fiestas eran muy tradicionales, una por año. Convocaban dos días totalmente dedicados a eso y era todo al aire libre. Si llovía no importaba, no había obstáculos. Por supuesto eso hace años que no existe. Se hacía mucho deporte. Eran casi olimpiadas que se hacían. Recuerdo en la infancia primos y otros, que eran atletas y había que ir. La iglesia alquilaba el Tiro Federal que estaba en el medio del campo. Se hacían carreras, gimnasia, todo lo que habían aprendido durante el año.
En esos años se hacían esas tradicionales fiestas donde estaba el Sierras Hotel, que tampoco está. Era un hotel muy grande, con parque y ahí se hacían fiestas enormes duraban dos días, con deportes -tiro al pájaro y handbal- y después a la noche nos juntábamos en el salón y terminábamos bailando hasta la madrugada. Allí una vez perdimos a Alicia, que era tan baqueana (risas); con cinco años se fue caminando sola y nos perdió. Pero sabía cómo hacer. Ella sabía dónde vivía el abuelo, fue directo a lo del abuelo Sorensen. Una historia para otro día.