Compartimos el cuento de la Profesora Liliana Alicia Quintas «Confidencias de un revoltoso», inspirado en la Revolución Universitaria de 1918 ,que está conmemorando su Centenario.
Dedicado al Centenario de la Revolución Universitaria Argentina
Cuando visitaba a papá Angelín- que había nacido en la región de la Emilia- él me esperaba ansioso para que leyera y releyera las pocas cartas que llegaban entonces, en plena guerra.
Se las enviaba mayormente su hermano Giacomino y luego de intercambiar pareceres acerca de las noticias bastante similares pero preocupantes de un mensaje a otro, terminábamos cantando a dúo “Bella ciao, ciao, ciao…”.
Nuestro mutuo fervor iba in crescendo, hasta que saltábamos y bailábamos abrazados, mientras entonábamos a todo dar: “E questo é il fiore del partigiano, morto por la liberta”.
Se nos llenaban los ojos de lágrimas: a él, porque su presente se conectaba más con Italia que con su país de elección. ¿Y a mí? Porque la elección de ese viejo querido, de ojos dañados por el glaucoma, me hacía hervir su misma sangre.
En el barrio Alberdi, de La Docta, nos uníamos mate mediante en interminables anécdotas de su llegada de inmigrante soltero. Luego aparecía Rosa, mi mamá y finalmente, nuestros nacimientos, el mío y el de mis cuatro hermanos, “todos con estudios superiores” (se regodeaba él).
Ese era el momento cuando buscaba “la” foto, la emblemática, la de 1918, bien envuelta en papel de seda y guardada en una caja de jabones Sunlight. Era la reliquia, el ícono de la Revolución Universitaria de aquellos tiempos.
Nosotros exigíamos cambios rotundos. ¡Basta de cátedras y profesores marcados por criterios clericales!
Allí estoy yo, el que se trepa por el techo del viejo Rectorado, de perfil, haciendo un peligroso equilibrio, a la izquierda pero subiendo. ¡Nosotros íbamos a dar la lección aquel 9 de setiembre!
También fui el de la pintada en el muro: “Los dolores que quedan son las libertades que nos faltan”.
Habíamos improvisado una bandera con los jirones de las cortinas color obispo, arrancadas de las ventanas. ¡Y qué insignia logramos! Es la que ondea en el centro de la instantánea.
Había sido uno de nuestros orgullos de aquella memorable jornada. Y sí, siempre viviendo comprometido- como muchos otros jóvenes- con la premisa clara de terminar con las injusticias.
¡Por algo mi nacimiento coincidía con la Insurrección Cívico-militar de 1893!
Y así de revoltoso, continué; convengamos que nuestra historia me ha dado reiteradas oportunidades para encontrar mi lugarcito de implicancia…
¤
En 1943 el dictador Pedro Pablo Ramírez pretendía volver a la ideología católica, opuesta a la nuestra, la laica. ¡Disolvió la Federación! ¿No íbamos a confrontarlo?
Dos años más tarde, “alpargatas, sí, libros, no”. Primera presidencia peronista. Por una parte, pensábamos que nuestras conquistas del 18 se barrerían para poner las Universidades al pie del Ejecutivo.
Por la otra, la matrícula universitaria iba aumentando. ¡Gratuidad e ingreso irrestricto! Coincidíamos en que la educación superior fuera un derecho social pero nos negábamos a que estuviera al servicio del poder.
Durante la Revolución Libertadora, los cambios fueron “desperonizantes”. Los que habíamos padecido persecuciones y exclusiones, vivimos con alivio. Nuestros viejos sueños de autonomía universitaria que parecían concretarse…Pero también, éramos conscientes de la “fachada democrática” de la que pretendían hacernos partícipes.
Y llegamos a la noche negra,” la de los bastones largos”. Ese violento e imperdonable 29 de Julio del 66, determinó que entráramos en la peor decadencia cultural y académica de la que tengamos memoria.
Los que salimos ilesos físicamente- porque aún ninguno pudo curar sus destruidos espíritus- veíamos cómo nuestro proyecto de Universidad de excelencia se hacía pedazos, junto con la democracia del Dr. Illía…
¤
¿Que si tuvimos vida propia durante estos largos años de resistencia estudiantil? ¡Claro! Nos casamos, nos divorciamos, tuvimos hijos, trabajamos, continuamos estudiando…Pero mientras nos íbamos poniendo mayorcitos y hasta despedíamos a nuestros verdaderos luchadores, queridos referentes, nuestra presencia constante, insistidora, activa, por concretar o sostener nuestros anhelos de renovación, persistía, siempre atentos a las transformaciones de los tiempos vividos.
Ahora son mis nietos los que con sus visitas entusiastas, con sus mimos y novedades, acompañan desde el compromiso mis días de “juventud acumulada”. Trato de seguir el aluvión de charlas interminables cuando los escucho pujantes, trabajando por un futuro tan parecido al que apostaba siendo un mozo.
Son días candentes en Córdoba. Vivimos en abril de 1969 y ya nos pesa demasiado la dictadura del Gral. Onganía.
Soy quien canta con ellos: “Luche, luche, luche, no deje de luchar, por un gobierno obrero, obrero y popular”, mientras circulan los amargos y la pasta frola, convencidos de que terminaremos por concretar nuestra ansiada renovación.
No se quedan mucho, entonces los acompaño hasta la puerta del PH. Camino despacito y me dejo sostener y abrazar por todos. ¿Para no caerme? ¡No! Para que tarden más en alejarse de mí.
Mi salud es bastante buena y mi mente, lúcida, gracias a Dios. Todavía milito con otros compañeros de lucha, aunque nuestra participación sea más ideológica ahora.
Miro a mis muchachos y suelto una risa potente que pretende contagiarnos y lo logro. Nos envolvemos en un abrazo intenso. Se van.
Cuando cierro con llave y pasadores varios –por las dudas, ¿no?- ya estoy esperando que regresen la próxima semana.
Pienso en papá Angelín y desando el pasillo tarareando: “Ma verrá un giorno, che tutti quante lavoreremos in liberta”.
Profesora Liliana Alicia Quintas
2018