Compartimos una nota publicada en el portal AnSol en la cual Paula Aguilar, doctora en Ciencias Sociales, investigadora del Conicet e integrante del Centro Cultural de la Cooperación, reflexiona en torno a la relación entre la economía social y la feminista.
¿Qué desafíos y qué potencialidades tiene ese vínculo?

Una apuesta por la Economía Social (y feminista)

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En los últimos años ha cobrado relevancia en el debate público la llamada Economía Feminista, perspectiva teórica y política que busca modificar de raíz el estudio de la Economía.  Sus análisis parten de visibilizar aquellas tareas que quedan ocultas en las miradas clásicas del proceso económico y que son claves para el sostenimiento de la vida, afectando especialmente a las mujeres. Como parte de la marea feminista que nos interpela a repensar nuestras vidas cotidianas sus textos animan la discusión en organizaciones barriales, sociales y culturales que encuentran en sus páginas herramientas para la lucha.

Esto es así porque la Economía Feminista propone la discusión sobre la organización social del cuidado de niños, niñas y adultos dependientes y visibilizar las tareas domésticas -preparar alimentos, limpieza de la casa y organización de la vida de sus habitantes– que se realizan sin remuneración alguna y que recaen principalmente sobre las mujeres de distintas generaciones. También participa en la discusión por la desigualdad laboral, las formas de discriminación de género en distintas organizaciones y la invisibilidad de las tareas por ellas realizadas. Asimismo, desde los trabajos de la la Economía Feminista se denuncian especialmente las dificultades que enfrentan las mujeres para su incorporación al mercado de trabajo, la existencia de brechas salariales y los obstáculos que encuentran en su ascenso a puestos de dirección o decisión. En términos técnicos, cuestiona  los modos en que se construyen los indicadores económicos y propone revisarlos a partir de nuevas formas de registro como las encuestas de uso del tiempo, que tomen en cuenta la división sexual del trabajo, la llamada “pobreza de tiempo” y el aporte del trabajo no remunerado al PBI.

Las críticas a la desigualdad propuestas desde la Economía Feminista resuenan fuertemente entre quienes buscamos repensar la Economía Social y el Cooperativismo desde una perspectiva de género, y por ende, transformadora de las relaciones sociales. Claramente, los puntos de contacto entre una perspectiva económica que cuestiona la organización patriarcal de la economía y propone nuevas formas de organización de la producción y la reproducción de la vida, y el cooperativismo como alternativa emancipadora, son múltiples. Sobre todo, si consideramos que el cooperativismo no es sólo una forma de organizar la producción, sino una forma de vida que atraviesa los distintos ámbitos en los que transitamos y compartimos.

Las condiciones de opresión patriarcal hacia las mujeres afectan a la sociedad en su conjunto, y quienes participamos de la vida económica lo hacemos insertas en un sistema capitalista que todo el tiempo nos tensiona en cuanto a lo subjetivo y a las prácticas que llevamos adelante. El consumo, la organización del trabajo, las tareas de cuidado, están atravesadas por fuertes desigualdades de género aún al interior de las organizaciones cooperativas. La economía social y cooperativismo brindan muchas herramientas para transformar la vida social y revisar nuestras prácticas, sin embargo, es necesario emancipar al cooperativismo, revisar sus desigualdades, visibilizar allí donde éstas obturan las posibilidades de construir en base a los principios de participación y solidaridad.

El compromiso con otra economía, implica necesariamente identificar y discutir democráticamente la dificultades que se les presentan a las mujeres para la participación en los órganos de dirección, la división sexual del trabajo que las ubica en ciertas tareas y no en otras (como por ejemplo el trabajo administrativo en las cooperativas) o las posibilidades concretas de cumplir con los objetivos de producción estando también a cargo de los trabajos que hacen al mantenimiento de la vida en sus hogares. Ahora bien,construir una propuesta emancipadora como es el cooperativismo desde una perspectiva feminista requiere romper roles establecidos, animarse a tomar la palabra, apropiarse de los espacios de participación disponibles (o por crear) y dar desde ahí la pelea. Esto involucra visibilizar e instalar los debates sobre estos temas para efectivamente revertirlos. El principio de la solidaridad entre pares, la sororidad como planteo feminista ante la vida, es clave. Así, si bien la economía social tiene recursos en sus valores y principios que nos diferencian de otras formas de construcción política y social, es preciso que también estemos alertas de su importancia hacia el interior de las organizaciones; debatir los privilegios y encontrar colectivamente modos de garantizar la igualdad. Una articulación virtuosa entre economía social y Economía Feminista, es un largo camino por recorrer, y merece la pena hacerlo.

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