Compartimos reflexión de Jorge Lozano (Arzobispo coadjutor de San Juan de Cuyo y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social) y Carlos Vigil (miembro de la Comisión Nacional Justicia y Paz) publicada en el diario La Nación.

Según el informe difundido por Oxfam el 16 de enero de este año bajo el título «Una economía para el 99%», 8000 millonarios poseen la misma riqueza que la mitad más pobre de la humanidad (3600 millones de personas).

Por una economía que combata la desigualdad

El abismo entre los que tienen más y los que tienen menos no deja de crecer e implica riesgos para la democracia.

Hace unas semanas se reunió el Foro de Davos. Allí, líderes políticos, funcionarios de organismos internacionales, grandes empresarios, académicos y periodistas se encuentran para debatir cuestiones económicas mundiales y estrechar vínculos. En 2014 el presidente del foro invitó al Papa, quien envió una carta de agradecimiento en la que reconoce los avances que contribuyeron al bienestar de la gente y el papel fundamental desempeñado por la economía moderna en el fomento y desarrollo de los recursos inmensos de la inteligencia humana. Pero, a renglón seguido, advierte que «los objetivos logrados -aunque hayan reducido la pobreza de un gran número de personas- a menudo han traído aparejada una amplia exclusión social. De hecho, la mayor parte de los hombres y mujeres de nuestro tiempo siguen experimentando la inseguridad cotidiana, y no raramente con consecuencias trágicas».

Un año antes, Christine Lagarde, directora gerente del Fondo Monetario Internacional, había alertado sobre los problemas de desigualdad que se estaban profundizando en el mundo en su discurso inaugural del foro «sin encontrar mucho eco y, al contrario, varias críticas», según sus propias palabras, expresadas en un reciente reportaje.

En enero 2015, Oxfam Internacional, organización fundada en 1995 que agrupa a 17 organismos no gubernamentales de varios países poderosos, publicó el estudio «Una economía al servicio del 1 por ciento», que mostraba el grado de concentración de la riqueza y el agrandamiento de la brecha entre el 1% más rico y el resto de la población mundial.

Se podrían enumerar más advertencias: del Papa en Evangelii Gaudium (noviembre 2013), en Laudato si’ (junio 2015), en los mensajes durante los encuentros de movimientos populares; de investigadores y académicos, de organizaciones sociales…

Sin embargo, hasta ahora, Lázaro no había estado presente en Davos, o por lo menos no había tenido una presencia significativa como este año. Nos referimos al Lázaro de la parábola evangélica narrada por San Lucas, aquel pobre que esperaba saciarse con las migajas que cayeran de la mesa del rico Epulón. Una mesa que, según el informe difundido por Oxfam el 16 de enero de este año, tiene cada vez menos comensales: basado en datos del Credit Suisse y de la revista Forbes, el estudio titulado «Una economía para el 99%» dice que 8000 millonarios poseen la misma riqueza que la mitad más pobre de la humanidad (3600 millones de personas) y explica que la diferencia con lo difundido el año pasado, donde se estimaba que 62 superricos poseían lo mismo que la mitad de la población mundial, se debe a la información más precisa que se dispone actualmente.

El informe Oxfam tuvo amplia repercusión periodística. También recibió cuestionamientos: sobre la metodología, la información utilizada para realizar los cálculos, la interpretación de los datos. Supongamos que hay errores y que en vez de ocho fueran 8000, u 80.000, u ocho millones la cantidad de personas que concentran la mitad de la riqueza del mundo. ¿Cambiaría algo? ¿Habría que dejar de cuestionarse la equidad en la distribución de los bienes y sus consecuencias? ¿O continuaría siendo válida la advertencia del Fondo Monetario Internacional en las perspectivas de la economía mundial de enero de este año: debemos repartir con más igualdad los beneficios de la globalización o estar dispuestos a soportar consecuencias aún poco previsibles? Estas distancias se verifican entre continentes y países. Y aun dentro de una misma nación unos «gozan de un tipo de superdesarrollo derrochador y consumista», mientras otros viven en la miseria, como señalaba Benedicto XVI. Pablo VI las llamaba «disparidades hirientes».

En nuestro país, la información distribuida por el Indec sobre la base de la encuesta permanente de hogares a principios de enero también es un llamado de atención. En un período de recesión económica, el 10% más rico de la población obtuvo un tercio de los ingresos totales, mientras el decil más pobre tuvo el 1,2%, o sea, una diferencia de 25 veces. ¿Está Lázaro en la mira de la sociedad argentina? Decir «la sociedad» no significa quitar responsabilidad a quien tiene como finalidad el bien común, o sea, al Estado. Son las políticas económicas las que permiten o incluso alientan la concentración o la distribución más equitativa de bienes y servicios.

Cuando se habla de estos temas hay quien dice: «¿Usted cree que repartiendo se soluciona la cuestión de la pobreza?». Procuremos no caer en tal ingenuidad. Hoy se sabe que la pobreza es multicausal y requiere ser abordada desde las múltiples fuentes que la provocan. También vamos sabiendo cada vez más que sin modificar el sistema económico las soluciones no llegarán. Francisco dice: «Esta economía mata».

«La grieta» es una expresión que comenzó a usarse de modo común allá por 2013 en un intento de graficar una división entre dos sectores de la sociedad argentina. La otra palabra que se le parece es «la brecha», que refleja las inequidades que existen entre hermanos. La brecha también es digital, alimentaria, sanitaria, educativa… Existe entre los que tienen o no cloacas, agua potable, gas natural de red, transporte público, piso de tierra, una cama para cada uno, un plato limpio con comida adecuada. Cama calentita o salir a cartonear hasta tarde.

La grieta tiene una connotación ideológica, pasional, un tanto subjetiva. La brecha, en cambio, es medible por medio de algunos parámetros objetivos. En la primera se puede elegir estar de alguno de los dos lados o no identificarse con ninguno de ellos. En la segunda, por más decisión personal que haya, sin un cambio de paradigma en la sociedad, se seguirá estando allí.

Debido a esto, algunos incluso se ven en la necesidad de falsear el domicilio cuando van a anotarse para un trabajo, porque si dan el verdadero corren el riesgo de no ser contratados.

Todos vivimos en la misma Argentina, no en dos. Dejemos de lado las antinomias y las exclusiones. Ocupémonos de achicar las brechas. En la Argentina no sobra nadie, aunque muchos sienten que son descartables. Nos recordaba Francisco que «mientras Lázaro esté echado a la puerta de nuestra casa, no podrá haber justicia ni paz social».

Un acceso inequitativo a bienes y servicios atenta contra la dignidad de las personas, es contrario al bien común, hiere la cohesión social e implica riesgos para la democracia, como lo está demostrando lo que sucede en algunas sociedades.

En la Argentina es cada vez más apremiante «ponerse la patria al hombro». Parafraseando a Borges: por amor o por espanto.

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