Sembradoras de caminos

Por Walter Isaía

Con la agricultura familiar como punto de partida, la Asociación Cirujas desarrolla proyectos de economía social y de formación en oficios en La Matanza.

Tal vez lo más complicado es explicar qué es Cirujas. No nos llamamos así porque sí, aunque nos diferenciamos del ciruja que vive de su trabajo, de aquél que junta cosas y las vende. Cuando comenzamos, nosotros cirujeábamos un poco. Y nos gustó el nombre y lo dejamos”, admite Olga Gueinasso, tesorera de la organización que desarrolla proyectos de agricultura familiar urbana desde mediados de la década de 1990 en la zona de González Catán, en el oeste del partido de La Matanza.
En estos más de quince años desde su creación, la clave del crecimiento y la vigencia de la Asociación Civil Cirujas radica en el esfuerzo y el trabajo colectivo para transformar la cotidianidad de las personas y de toda la comunidad, con una aceitada articulación que fueron construyendo con el Estado, en sus diferentes niveles de gobierno, para fortalecer los procesos de construcción social, económica, política y cultural. Y ese crecimiento se dibuja en las caras de Olga Gueinasso y de Raquel Insaurralde, la presidenta de la institución, mientras sus ojos recorren el predio de González Catán y ven a su paso chicos que se alfabetizan en sus aulas y comienzan a manejar computadoras. También se observan mujeres que toman microcréditos para sus emprendimientos productivos y de agricultura familiar, y hombres que participan en talleres para mejorar sus granjas y procesos de cultivo. O para terminar el secundario. También, jóvenes que hacen cine, radio, se forman en derechos y se animan a soñar con un futuro distinto.
Pero volvamos al principio de las cosas. Cirujas surgió de un grupo de personas que vivían en distintos barrios de La Matanza y que habían empezado a conocerse a través de su trabajo como promotores de ProHuerta, el programa de agricultura orgánica y seguridad alimentaria del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). Para hacer más eficaz el envío de semillas a las familias, en 1996, los técnicos del INTA propusieron que los promotores se agruparan. Así se creó la Comisión InterHuertas de La Matanza, con reuniones mensuales para organizar el trabajo. “Empezamos a crear un espacio de contención al que, lloviera, cayeran piedras o nevara, no podíamos dejar de ir”, explica Gueinasso.
Esos encuentros mensuales representaban un momento de unión, de comunicación cara a cara, que permitían vislumbrar que tenían a muchos otros que también estaban dispuestos a iniciar un camino que no sabían dónde terminaba. “Nos dimos cuenta de que nuestro trabajo no era sólo repartir semillas. Era una posibilidad de juntarnos y decirnos: ¿Cómo estás? ¿Cómo está tu familia? Eso nos dio la pauta de que podíamos transitar un camino juntos y de que íbamos a armar historias nuevas”, asegura la tesorera de Cirujas.
Más tarde, el Obispado de San Justo les regaló una gran caja de madera y con eso armaron una incubadora, que les permitía, entre otras cosas, guardar herramientas y el material recolectado. Pero también juntaban hierros y los llevaban a una escuela industrial, en la que los alumnos como parte de su enseñanza construían herramientas. Una vez confeccionadas las repartían en el barrio para sembrar. Luego iniciaron gestiones con el INTA de Pergamino, se capacitaron y decidieron avanzar con un proyecto de cría de aves. Cuando empezaron, la incubadora era de cien animales. “El tema era cómo resolver la ‘gestión de lo cotidiano’, porque sabíamos que los problemas integrales sólo se podían abordar con políticas públicas y medidas económicas”, señala Gueinasso. Con el tiempo, esa incubadora quedó chica y se contactaron con el Consejo de la Familia de La Plata, para desarrollar un proyecto de una incubadora de dos mil cuatrocientos pollitos. “Ya era una aventura interesante”, confiesa Gueinasso.
A fines de los años noventa el grupo se consolidó y, en 2002, obtuvieron la personería jurídica. Por esos días, los directivos del Colegio La Salle de González Catán reconocieron la seriedad con la que trabajaba la asociación y les cedieron un terreno casi abandonado, lindero a las instalaciones de la escuela. La gran noticia los llevó a hacer un balance de lo que habían hecho y de los planes que tenían para el futuro. Estaba la incubadora, el INTA les daba las ponedoras y los reproductores en gran escala. Era el momento de dar un paso más. Presentaron un proyecto para hacer una granja al Ministerio de Desarrollo Social de la Nación. Fue uno de los primeros emprendimientos aprobados por el Plan Nacional de Desarrollo Local y Economía Social “Manos a la Obra”, lanzado por el Gobierno a fines de 2003. “Lo recibimos en la Casa Rosada de manos del Presidente Néstor Kirchner”, recuerda Gueinasso. Para ese entonces, Cirujas ya trabajaba con vecinos de 35 barrios de González Catán, Virrey del Pino, Gregorio de Laferrère, Rafael Castillo y Ciudad Evita.
Paralelamente, desde el programa ProHuerta les propusieron pagarles los gastos de electricidad y parte de los alimentos si se convertían en proveedores de animales para granja. A partir de ese momento, comenzaron a entregar el kit de un gallo con cinco pollas para una familia. El andar se hizo cada vez más amplio. Y varios integrantes de Cirujas comenzaron a formarse en las Escuelas de Ciudadanía del Centro Nueva Tierra. “Fue muy importante discutir en el  interior de la propia organización temas políticos, históricos, de sentido y económicos”, reconocen.
En esa línea, también crearon una “escuela de ciudadanía” dentro de Cirujas, para definir cuál iba a ser la línea política, económica y social. “Teníamos que definir hacia adentro sobre el camino por el que queríamos avanzar. Con la escuela, recuperamos nuestra historia y definimos la política institucional hacia el futuro”, explica Raquel Insaurralde, presidenta de Cirujas. De esta forma, trazaron tres grandes líneas de trabajo: agroecología; microcréditos y economía social; y educación popular.
Esos ejes marcaron fuertemente a la organización y a fines del año pasado abrieron el programa Envión, que es un proyecto del gobierno de la provincia de Buenos Aires que trabaja con adolescentes en situación de riesgo y calle. “Hoy por hoy, articulamos con el Ministerio de Desarrollo Social, Inta, Educación, Trabajo, Secretaría de Cultura y organismos provinciales”, describe la titular de Cirujas. También admiten que la organización tuvo un gran crecimiento territorial a través del Programa del Banco Popular de la Buena Fe, que promueve alternativas de autoempleo a través del microcrédito. Y tienen mucha participación a nivel municipal, ya que integran el Consejo del Menor y la Familia y el Consejo Consultivo del Presupuesto Participativo de La Matanza.
Insaurralde introduce el tema de los jóvenes en este marco de constante articulación con el Estado: “Teníamos la necesidad de poder rearmar la estructura de jóvenes de la organización, porque en unos años vamos a caducar. Nos costaba muchísimo, no le encontrábamos la vuelta. Empezamos a convocar a los jóvenes haciendo encuentros de formación política. Era necesario estructurar un espacio en el que ellos pudieran participar. Necesitábamos hacer ese proceso. Ahora, más de cincuenta jóvenes se juntan todos los sábados para los talleres”. Por su parte, Gueinasso agrega que los propios jóvenes ya dieron talleres como formadores en temas como prevención del HIV, viveros, huertas, informática, mantenimiento edilicio, y armado de proyectos.
La tarde comienza a caer en González Catán y la tesorera de Cirujas se imagina una pileta para los chicos en un ángulo del terreno. “Y para nosotras también, ¿te imaginás?”, apela Insarraulde entre risas. Sus miradas recorren ese predio, que estaba casi abandonado en los años noventa y que hoy tiene un sector productivo con viveros, huertas, cultivos y cría de aves con incubadora. Y en la parte de formación, cuenta con una sala de computación, aulas y espacios para encuentros. También con cocinas y una cancha de fútbol. De ese recorrido surgen también los deseos. “Cirujas viene luchando desde hace muchos años, sabiendo que es posible construir un país distinto. Y queremos seguir brindando herramientas para que sea la comunidad la que construya su propio camino. Me voy a morir con este deseo, porque lo traigo de chica, pero no me van a cansar”, afirma Gueinasso.
A su lado, Insaurralde concluye: “Hace muchos años decíamos que nuestros sueños tenían que ver con ser sembradores de caminos. También dijimos que teníamos que soñar por aquéllos que no están, pensar por los que están, por los que se van a ir, por todos los que van a venir. Siempre tuvimos una visión más allá de lo cotidiano. Pero cada día militamos el seguir soñando con otros y decir que Cirujas es el espacio del barrio, de la comunidad, de la militancia para apostar a la organización”.

Tomar la palabra

Una de las líneas de trabajo más fuertes de Cirujas está vinculada a la educación popular.  La organización cuenta con una Escuela de Ciudadanía, y desarrolla talleres de alfabetización y formación profesional en oficios. También implementa planes de finalización primaria y secundaria para adultos, a través del Programa FINES II del Ministerio de Educación de la Nación. “Todo lo que hacemos está enmarcado en la educación popular”, afirma Insaurralde.
Desde Cirujas, consideran que la educación po-pular atraviesa la economía social, ya que parte de los saberes y oficios de los emprendedores y las redes sociales, y lo va incorporando al proceso de construcción de conocimiento colectivo. “La educación popular juega un rol fundamental en ese proceso. Es decir, para reflexionar sobre cómo yo, que tengo mi cultura y mi saber, lo puedo compartir con otros para construir un proceso de economía social”, explica la titular de la asociación.
Pero la educación popular también es clave para poder fortalecer el ejercicio de las diferentes voces ligadas a la organización y como un espacio de comunicación y reflexión sobre la propia experiencia. “La educación popular está vinculada con la toma de la palabra, con la posibilidad de sistematizar experiencias y aprender unos de otros. Es decir, para poder producir y generar emprendimientos que tienen que ver con quién soy y de dónde vengo. Ésa es la educación popular: poder transmitir lo que yo sé, compartirlo con otros, construir conocimiento de forma asociativa, e ir creciendo juntos en ese proceso colectivo”, destaca Insaurralde.

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